martes, 6 de mayo de 2008

Guijarros al fracaso

Sin tarea concreta, desde hace mucho tiempo, he estado en Bogotá. Caminando despacio he mirado vidrieras, saludado algunos amigos y visto a muchos desconocidos. Caminando despacio, con pasos propios del que sabe sobre el fracaso por el cual anda. Fracaso, porque no de otra manera se puede adjetivar la pobreza y miseria económica, y más, la humana en que se convive allí. “El Plan”, el gran Plan fue salir a marchar el viernes 1 de mayo, día del trabajo. Ese día descubrí lo emocionante de andar entre pendones, pitos y banderas, sin tener un oficio, en tanto que solo se mira en medio de una multitud; esto último oficio que ya había olvidado.

Bogotá parece haber perdido ese carácter de ser la caja de resonancia de lo que sucede en Colombia. La multitud de cifras he historias para convencerte de tal cosa, con que cada funcionario, cada dirigente social, cada político y cada académico te envuelve, te asfixian. Quizás eso “de ya no ser” es lo que justifica el “gentío” que vi el día de marcha. Con una sola fracción de los marchantes caminando en sentido contrario, el fracaso no había dado los pasos que ha logrado en ese país.

El 1 de mayo que presencie, fue todo un escenario humano deliciosamente tropical, y no necesariamente de carnaval. En tanto los altavoces traían discursos sin oratoria y frases de cajón y encajonadas, el oficio para la mayoría era cumplir la marcha, y así se asumía la llegada a la Plaza de Bolívar, pero la agenda no era concentrarse allí. Algunos marchantes, los menos, con ínfulas de vedette, entre un andar pausado aseguraban al entrar a la plaza que los testigos preguntaran: “¿y ese quien es?”. Muchas banderas aseguraban su existencia, obligándolas a ser vistas.

Entrada la jornada, y quedándole aun mucho por andar a quienes no habían entrado aun en la plaza, y cuando la voz de Iván Cepeda* agradecía a quienes acompañan a la multitud de victimas; tres bandadas enormes de centenares de grises palomas respondían en veloz vuelo sobre la plaza el estrepitoso sonido de explosiones, “como de fuegos de carnaval”, que también entraban en la plaza. Esas explosiones (acompañadas de graffitis y destrozos) también venían marchando, y eran traídas por jóvenes que a su vez eran correntiados por “la autoridad”. Sí jóvenes que ahora, con su arsenal de guijarros en protesta, hacían huir a los otros hartos asistentes, y a su vez uniformaron el lugar con la parafernalia intimidatoria del orden público. Jóvenes que dignificaron el mirar.

Quizás ese país hundido en el fracaso, tenga una esperanza. También allí fluye vida joven a torrentes por venas que protestan, sin saber porque, según la mirada asustadiza de los espectadores. En este oficio del mirar, vi chicos marginados, a los que muchos espectadores calificaban de estudiantes, quizás, por lo que vi, lo eran la minoría. Jóvenes residuo de las eras posindustriales y urbanas, donde el hacinamiento, circunstancias y lugares en que la violencia y el paupérrimo valor por la vida, es lo cotidiano. Y no necesariamente por la marginación misma, más si por ser fruto del fracaso construido y mantenido a ultranza por un mundo de adultos áulicos, ahora más tercamente áulicos en un país profundamente polarizado. Me pregunte por lo que los identificaba, y no encontré respuesta, pero vi acciones muy violentas semejantes al desesperado suicido; pero de seguro que a ellos no les son ajenos los afectos. La seguidilla de preguntas me llevo a interrogarme sobre el porque su existencia, y encontré que se los calificaba de “desadaptados”, pero para una sociedad que no se ha interrogado sobre su futuro, y cuando lo hizo lo escribió sobre una Constitución Política que se esquiva caprichosamente, el calificativo denuncia para si misma su fracaso como sociedad, y desde luego esta descalifica para que ese chico que corría tras un banderín por la plaza entre explosiones lo considere lugar en que pueda soñar, porque allí solo él es la carne de cañón que mantiene la guerra civil en que Colombia, la Colombia de los adultos, se recrea.

Ahora, en mi vuelo de regreso hago síntesis, quisiera que el humo de cigarro ya no me estuviera prohibido, y así ese me acompañara en la esperanza por/de esos jóvenes y su arsenal, quizás esa juventud, u otra, recupere el único arsenal que en medio de la rebeldía un joven debiera tener, la ilusión y sueños por vivir, y esos sin ser marcados por el fracaso que sus mayores ahora tan solidamente han construido en su país.

Alejandro Vakèen.

*Defensor de Derechos Humanos. Señor a carta cabal, el cual conozco, y aun más respeto.