miércoles, 16 de julio de 2008

Sí, pero un poquito

Pareciera ser que en Colombia no se es conciente de la grave violación que constituye no seguir a pie juntillas el derecho internacional, se pretende que valores cuestionables sean compartidos, o quizás entendidos y no sancionados por la comunidad internacional.

La infracción grave del uso de los distintivos del Comité Internacional de Cruz Roja CICR por parte del ejército colombiano en una operación militar con el resultado humanitario de la liberación de secuestrados, se suma a la operación de intervención de fuerzas armadas colombianas en territorio del vecino Ecuador. Es cierto que las guerrillas de las FARC ahora y por efecto de la persecución y tareas militares de las fuerzas armadas colombianas, han desplazado sus fuerzas y operaciones a las fronteras con los países vecinos, en un proceso posiblemente fríamente provocado, a dado como resultado el cederle parte del problema al vecino. Antecedentes de lo gravoso de la insoluta situación de confrontación, conflicto y guerra en Colombia, a la que suma el narcotráfico, es factor de disturbio en la vida, agendas y tranquilidad en la región. Los colombianos, con el gobierno a la cabeza, parecieran no entender esto, o jugar con ello de una manera perversa.

El involucrar en la guerra el símbolo de la Cruz Roja, hará que difícilmente en adelante los muy variados actores en confrontación en Colombia confíen en ese símbolo y aun menos en lo que dijere representa, y de paso agravando aun más el escenario deprimente del Derecho Internacional Humanitario que vive el conflicto. El negativo ejemplo de la violación de los Acuerdos de Ginebra por parte de Colombia en lo referente al respeto del uso exclusivo del símbolo del CICR por parte del mismo, puede tornarse en una enorme bola de nieve, dado el creciente número de confrontaciones que actualmente hay por el mundo.

No es suficiente que el presidente colombiano dijere que asume la responsabilidad de tal violación, cosa que de paso podría ponerle frente a lo que disponen los Acuerdos Ginebrinos para los autores y responsables de violaciones a los Acuerdos mismos, ni aun menos que en un acto de rebuscada cristiandad se solucione con solo expiar la culpa y lograr el perdón; las profundas responsabilidades del gobierno colombiano por la citada infracción se veían venir desde el mismo momento del arribo de los secuestrados, al que se sumaron el acto psicológico de protección al negar el uso del símbolo antes de formulada tal pregunta, luego vinieron los videos censurados (en Colombia le dicen editados), luego más evidencias fueron surgiendo y de seguro ya vendrán más.

La enorme y enmarañada cantidad de mentiras que ya son característica indeleble del actual gobierno, amenazan con desestructurar la misma inserción del país en la comunidad internacional, cosa que no ven los colombianos del común por estar entretenidos en la guerra, las obesas encuestas y la telenovela de turno; y los gobernantes a sabiendas de esto último haciendo torpezas monumentales. Quedamos expectantes por el desarrollo de varios temas: el informe de prensa y comunicado de la dirección de CNN, así como lo que se conoce de la indagatoria a los dos secuestradores prisioneros conjugan en plural la existencia del símbolo del CICR, en tanto que el presidente Uribe dice de solo uno; el uso de logos de medios de información, lo que pondria a la prensa en la linea de fuego; el creciente rumor de pagos, esos si perversos, por la liberación misma. Será necesaria tanta mentira en un tío tan frentero como dicen que Uribe es?

Alejandro Vakèen.

viernes, 4 de julio de 2008

Ahora una de Vaqueros

Me ha alegrado como todos el regreso de Ingrid Betancour a la libertad, podría contar historias de mi radicalidad para que al secuestro no se le dijese retención, porque creo que es aun más vil el disfrazarle con palabrejas, nada justifica el crimen de quitarle alevosamente la libertad individual a un ser humano.

Ahora no puedo dejar de hacer algunas notas referidas a está realidad colombiana, una realidad que pareciera ser llevada en un vagón de una “montaña rusa”.

Todo ha sido dirigido por un diestro director de films, del cual no se su nombre. Todo ha sido perfectamente calculado, la ira presidencial contra la corte, un fin de semana largo de “calma chicha”, algunos de la U (grupo político en el gobierno) reculando, la explosión de jubilo entre lagrimas de alegría tutelada por la muy juiciosa tv nacional, la intrascendental decisión de la corte constitucional de no llamar delito a una cosa después de un año de ser perpetrado el delito mismo, la sucesión de abrazos de tanta gente vistos en directo, la genial (espantada) expresión facial de doña Yolanda Pulecio al ir descubriendo a la hija devuelta que se deshacía en elogios para Uribe (bueno y uno piensa que si ella ha estado 6 años largos en la selva y su enlace al mundo a sido únicamente como medio de comunicación la radio que sintonizan con “antenas de esponja”, pues uno justifica sus opiniones, ya bien sabemos lo parcial que informan los medios colombianos). También el afán de llamar el rescate humanitario y no militar, luego la sorpresa que Colombia no es un Estado de Derecho sino un Estado de Opinión (con lo grotesco, peligroso y trágico que significa tal cosa), luego - así como el nene de Luis Carlos Galan nos embarco en Cesar Gaviria - Ingrid afirmando que para nada le parecería mal castigarnos con un tercer Uribe, el olvido de felicitar al gobernante por el deber cumplido en lugar expresar tanto agradecimiento por el gesto no decretar la muerte, más y más Ingrid sin que pareciera ocurrir más, y finalmente el opaco cumpleaños 56 de esas carnitas y esos huesitos.

Que bueno que ahora es fin de semana, difícil seria superar el siguiente escándalo en turno. Realmente para eso que un blog de uno de tantos Colombianos que vemos nuestra patria (en minúsculas pues he devuelto el manual de marras) desde lejos con añoranza ha llamado “podrida colombianidad que nos persigue por donde querramos ir” ha sido agotador, ha sido mucha la adrenalina, la alegría, indignación y espanto sufridos.

Y la oposición hay, intrascendental. Deseo lo mejor de lo mejor a Piedad creo en ella y si pudiera extendería una enorme pancarta que dijere: “gracias Piedad, Luz Ángela, Marlene y Yolanda sin ustedes los secuestrados no existiríamos” (me refiero a Piedad Córdoba, Luz Ángela Pérez, Marlene Orjuela y Yolanda Pulecio, mujeres de una talla enorme para ese país. Lo que viene es muy difícil, hay que respirar profundo, los convencidos que la guerra es la solución son muy poderosos, y al final la resaca que producirá la cuenta les hará recordar a los Colombianos sus 8 años y quizás no 12 de estupidez.

Alejandro.

martes, 6 de mayo de 2008

Guijarros al fracaso

Sin tarea concreta, desde hace mucho tiempo, he estado en Bogotá. Caminando despacio he mirado vidrieras, saludado algunos amigos y visto a muchos desconocidos. Caminando despacio, con pasos propios del que sabe sobre el fracaso por el cual anda. Fracaso, porque no de otra manera se puede adjetivar la pobreza y miseria económica, y más, la humana en que se convive allí. “El Plan”, el gran Plan fue salir a marchar el viernes 1 de mayo, día del trabajo. Ese día descubrí lo emocionante de andar entre pendones, pitos y banderas, sin tener un oficio, en tanto que solo se mira en medio de una multitud; esto último oficio que ya había olvidado.

Bogotá parece haber perdido ese carácter de ser la caja de resonancia de lo que sucede en Colombia. La multitud de cifras he historias para convencerte de tal cosa, con que cada funcionario, cada dirigente social, cada político y cada académico te envuelve, te asfixian. Quizás eso “de ya no ser” es lo que justifica el “gentío” que vi el día de marcha. Con una sola fracción de los marchantes caminando en sentido contrario, el fracaso no había dado los pasos que ha logrado en ese país.

El 1 de mayo que presencie, fue todo un escenario humano deliciosamente tropical, y no necesariamente de carnaval. En tanto los altavoces traían discursos sin oratoria y frases de cajón y encajonadas, el oficio para la mayoría era cumplir la marcha, y así se asumía la llegada a la Plaza de Bolívar, pero la agenda no era concentrarse allí. Algunos marchantes, los menos, con ínfulas de vedette, entre un andar pausado aseguraban al entrar a la plaza que los testigos preguntaran: “¿y ese quien es?”. Muchas banderas aseguraban su existencia, obligándolas a ser vistas.

Entrada la jornada, y quedándole aun mucho por andar a quienes no habían entrado aun en la plaza, y cuando la voz de Iván Cepeda* agradecía a quienes acompañan a la multitud de victimas; tres bandadas enormes de centenares de grises palomas respondían en veloz vuelo sobre la plaza el estrepitoso sonido de explosiones, “como de fuegos de carnaval”, que también entraban en la plaza. Esas explosiones (acompañadas de graffitis y destrozos) también venían marchando, y eran traídas por jóvenes que a su vez eran correntiados por “la autoridad”. Sí jóvenes que ahora, con su arsenal de guijarros en protesta, hacían huir a los otros hartos asistentes, y a su vez uniformaron el lugar con la parafernalia intimidatoria del orden público. Jóvenes que dignificaron el mirar.

Quizás ese país hundido en el fracaso, tenga una esperanza. También allí fluye vida joven a torrentes por venas que protestan, sin saber porque, según la mirada asustadiza de los espectadores. En este oficio del mirar, vi chicos marginados, a los que muchos espectadores calificaban de estudiantes, quizás, por lo que vi, lo eran la minoría. Jóvenes residuo de las eras posindustriales y urbanas, donde el hacinamiento, circunstancias y lugares en que la violencia y el paupérrimo valor por la vida, es lo cotidiano. Y no necesariamente por la marginación misma, más si por ser fruto del fracaso construido y mantenido a ultranza por un mundo de adultos áulicos, ahora más tercamente áulicos en un país profundamente polarizado. Me pregunte por lo que los identificaba, y no encontré respuesta, pero vi acciones muy violentas semejantes al desesperado suicido; pero de seguro que a ellos no les son ajenos los afectos. La seguidilla de preguntas me llevo a interrogarme sobre el porque su existencia, y encontré que se los calificaba de “desadaptados”, pero para una sociedad que no se ha interrogado sobre su futuro, y cuando lo hizo lo escribió sobre una Constitución Política que se esquiva caprichosamente, el calificativo denuncia para si misma su fracaso como sociedad, y desde luego esta descalifica para que ese chico que corría tras un banderín por la plaza entre explosiones lo considere lugar en que pueda soñar, porque allí solo él es la carne de cañón que mantiene la guerra civil en que Colombia, la Colombia de los adultos, se recrea.

Ahora, en mi vuelo de regreso hago síntesis, quisiera que el humo de cigarro ya no me estuviera prohibido, y así ese me acompañara en la esperanza por/de esos jóvenes y su arsenal, quizás esa juventud, u otra, recupere el único arsenal que en medio de la rebeldía un joven debiera tener, la ilusión y sueños por vivir, y esos sin ser marcados por el fracaso que sus mayores ahora tan solidamente han construido en su país.

Alejandro Vakèen.

*Defensor de Derechos Humanos. Señor a carta cabal, el cual conozco, y aun más respeto.