viernes, 4 de julio de 2008

Ahora una de Vaqueros

Me ha alegrado como todos el regreso de Ingrid Betancour a la libertad, podría contar historias de mi radicalidad para que al secuestro no se le dijese retención, porque creo que es aun más vil el disfrazarle con palabrejas, nada justifica el crimen de quitarle alevosamente la libertad individual a un ser humano.

Ahora no puedo dejar de hacer algunas notas referidas a está realidad colombiana, una realidad que pareciera ser llevada en un vagón de una “montaña rusa”.

Todo ha sido dirigido por un diestro director de films, del cual no se su nombre. Todo ha sido perfectamente calculado, la ira presidencial contra la corte, un fin de semana largo de “calma chicha”, algunos de la U (grupo político en el gobierno) reculando, la explosión de jubilo entre lagrimas de alegría tutelada por la muy juiciosa tv nacional, la intrascendental decisión de la corte constitucional de no llamar delito a una cosa después de un año de ser perpetrado el delito mismo, la sucesión de abrazos de tanta gente vistos en directo, la genial (espantada) expresión facial de doña Yolanda Pulecio al ir descubriendo a la hija devuelta que se deshacía en elogios para Uribe (bueno y uno piensa que si ella ha estado 6 años largos en la selva y su enlace al mundo a sido únicamente como medio de comunicación la radio que sintonizan con “antenas de esponja”, pues uno justifica sus opiniones, ya bien sabemos lo parcial que informan los medios colombianos). También el afán de llamar el rescate humanitario y no militar, luego la sorpresa que Colombia no es un Estado de Derecho sino un Estado de Opinión (con lo grotesco, peligroso y trágico que significa tal cosa), luego - así como el nene de Luis Carlos Galan nos embarco en Cesar Gaviria - Ingrid afirmando que para nada le parecería mal castigarnos con un tercer Uribe, el olvido de felicitar al gobernante por el deber cumplido en lugar expresar tanto agradecimiento por el gesto no decretar la muerte, más y más Ingrid sin que pareciera ocurrir más, y finalmente el opaco cumpleaños 56 de esas carnitas y esos huesitos.

Que bueno que ahora es fin de semana, difícil seria superar el siguiente escándalo en turno. Realmente para eso que un blog de uno de tantos Colombianos que vemos nuestra patria (en minúsculas pues he devuelto el manual de marras) desde lejos con añoranza ha llamado “podrida colombianidad que nos persigue por donde querramos ir” ha sido agotador, ha sido mucha la adrenalina, la alegría, indignación y espanto sufridos.

Y la oposición hay, intrascendental. Deseo lo mejor de lo mejor a Piedad creo en ella y si pudiera extendería una enorme pancarta que dijere: “gracias Piedad, Luz Ángela, Marlene y Yolanda sin ustedes los secuestrados no existiríamos” (me refiero a Piedad Córdoba, Luz Ángela Pérez, Marlene Orjuela y Yolanda Pulecio, mujeres de una talla enorme para ese país. Lo que viene es muy difícil, hay que respirar profundo, los convencidos que la guerra es la solución son muy poderosos, y al final la resaca que producirá la cuenta les hará recordar a los Colombianos sus 8 años y quizás no 12 de estupidez.

Alejandro.

martes, 6 de mayo de 2008

Guijarros al fracaso

Sin tarea concreta, desde hace mucho tiempo, he estado en Bogotá. Caminando despacio he mirado vidrieras, saludado algunos amigos y visto a muchos desconocidos. Caminando despacio, con pasos propios del que sabe sobre el fracaso por el cual anda. Fracaso, porque no de otra manera se puede adjetivar la pobreza y miseria económica, y más, la humana en que se convive allí. “El Plan”, el gran Plan fue salir a marchar el viernes 1 de mayo, día del trabajo. Ese día descubrí lo emocionante de andar entre pendones, pitos y banderas, sin tener un oficio, en tanto que solo se mira en medio de una multitud; esto último oficio que ya había olvidado.

Bogotá parece haber perdido ese carácter de ser la caja de resonancia de lo que sucede en Colombia. La multitud de cifras he historias para convencerte de tal cosa, con que cada funcionario, cada dirigente social, cada político y cada académico te envuelve, te asfixian. Quizás eso “de ya no ser” es lo que justifica el “gentío” que vi el día de marcha. Con una sola fracción de los marchantes caminando en sentido contrario, el fracaso no había dado los pasos que ha logrado en ese país.

El 1 de mayo que presencie, fue todo un escenario humano deliciosamente tropical, y no necesariamente de carnaval. En tanto los altavoces traían discursos sin oratoria y frases de cajón y encajonadas, el oficio para la mayoría era cumplir la marcha, y así se asumía la llegada a la Plaza de Bolívar, pero la agenda no era concentrarse allí. Algunos marchantes, los menos, con ínfulas de vedette, entre un andar pausado aseguraban al entrar a la plaza que los testigos preguntaran: “¿y ese quien es?”. Muchas banderas aseguraban su existencia, obligándolas a ser vistas.

Entrada la jornada, y quedándole aun mucho por andar a quienes no habían entrado aun en la plaza, y cuando la voz de Iván Cepeda* agradecía a quienes acompañan a la multitud de victimas; tres bandadas enormes de centenares de grises palomas respondían en veloz vuelo sobre la plaza el estrepitoso sonido de explosiones, “como de fuegos de carnaval”, que también entraban en la plaza. Esas explosiones (acompañadas de graffitis y destrozos) también venían marchando, y eran traídas por jóvenes que a su vez eran correntiados por “la autoridad”. Sí jóvenes que ahora, con su arsenal de guijarros en protesta, hacían huir a los otros hartos asistentes, y a su vez uniformaron el lugar con la parafernalia intimidatoria del orden público. Jóvenes que dignificaron el mirar.

Quizás ese país hundido en el fracaso, tenga una esperanza. También allí fluye vida joven a torrentes por venas que protestan, sin saber porque, según la mirada asustadiza de los espectadores. En este oficio del mirar, vi chicos marginados, a los que muchos espectadores calificaban de estudiantes, quizás, por lo que vi, lo eran la minoría. Jóvenes residuo de las eras posindustriales y urbanas, donde el hacinamiento, circunstancias y lugares en que la violencia y el paupérrimo valor por la vida, es lo cotidiano. Y no necesariamente por la marginación misma, más si por ser fruto del fracaso construido y mantenido a ultranza por un mundo de adultos áulicos, ahora más tercamente áulicos en un país profundamente polarizado. Me pregunte por lo que los identificaba, y no encontré respuesta, pero vi acciones muy violentas semejantes al desesperado suicido; pero de seguro que a ellos no les son ajenos los afectos. La seguidilla de preguntas me llevo a interrogarme sobre el porque su existencia, y encontré que se los calificaba de “desadaptados”, pero para una sociedad que no se ha interrogado sobre su futuro, y cuando lo hizo lo escribió sobre una Constitución Política que se esquiva caprichosamente, el calificativo denuncia para si misma su fracaso como sociedad, y desde luego esta descalifica para que ese chico que corría tras un banderín por la plaza entre explosiones lo considere lugar en que pueda soñar, porque allí solo él es la carne de cañón que mantiene la guerra civil en que Colombia, la Colombia de los adultos, se recrea.

Ahora, en mi vuelo de regreso hago síntesis, quisiera que el humo de cigarro ya no me estuviera prohibido, y así ese me acompañara en la esperanza por/de esos jóvenes y su arsenal, quizás esa juventud, u otra, recupere el único arsenal que en medio de la rebeldía un joven debiera tener, la ilusión y sueños por vivir, y esos sin ser marcados por el fracaso que sus mayores ahora tan solidamente han construido en su país.

Alejandro Vakèen.

*Defensor de Derechos Humanos. Señor a carta cabal, el cual conozco, y aun más respeto.

jueves, 13 de marzo de 2008

Ojala nos invadan

Ojala nos invadan
Y ahora qué más da;
si nos hemos quedado solos,
que nos invadan sería lo mejor.

Sería una bendición para nuestra tierra
que rodeen nuestras fronteras
y que nos invadan nuestros
hermanos latinoamericanos.

Que nos invadan los ecuatorianos,
tal vez así volvamos a tener
de tierno maíz el corazón que perdimos.

¡Que nos invadan los cubanos!
Para que nuestros niños
se eduquen gratuitamente
y no mueran en las puertas
de los hospitales privados.

Que venga lo mejor de nuestra América.
Que venga un contingente
de garotas brasileras
que nos hagan el amor hasta
perder la leve fuerza que se necesita
para apretar un gatillo.

Sería lo mejor para Colombia
una invasión brasilera a gran escala;
De pronto así, algún día,
ganemos un mundial de fútbol.

Necesitamos urgentemente
una invasión venezolana,
para volver a decir
las cosas con claridad,
con franqueza, sin santaderismos,
Con elocuencia bolivariana.

Se requiere con urgencia
Una invasión boliviana,
Que nos quite esa vergüenza
de ser indios; esa vergüenza,
que nos condena eternamente
al peor de los subdesarrollos.

Reclamo con ansias la invasión
de tropas de piqueteros argentinos,
de madres y abuelas de plaza,
que nos cuenten historias
en donde podamos reconocer
nuestras propias historias.

Que vengan tropas españolas y chilenas,
a contarnos como se pudre el corazón
de una patria fascista.

Vengan los uruguayos con sus mates amargos
a contarnos la milonga dulzona y triste
de sus desaparecidos.

Que vengan todos los hermanos
del mundo a esta tierra olvidada
a hacernos entender que nuestro
país no es el mejor país del mundo,
porque es una patria injusta.

Que Colombia es pasión...
y muerte.

Ojala nos invadan la batucada festiva
que acabe con nuestro luto,
que acabe con este silencio que aturde.

Estamos solos, a la derecha del mapa.
Sólo nos acompaña nuestro buen amigo
El que invadió el país de las mil y una noches.

Lizardo Carvajal